Estaban los esclavos en el patio de la casona de uno de los
españoles con más poder en la región, disimulando movimientos y sonidos que
para los blancos parecían ruidos accidentales. Los guardias no los denunciaban a
cambio de unas dosis de licor artesanal, el más apropiado para cambiarle el
tono al cuerpo. Un poco más entrado el día en la fuerza de la noche los
esclavos se organizaban con mayor fervor y deliberación a la danza, así, a
pesar de que los amos suponían que en ellos no saltaba el alma, esos hombres eran
más pájaros que esclavos. Yo no los vi, pero algo de mí que vivió en aquellos días
me lo dice y yo me creo: como ya tenían acostumbrados a los amos a su forma de
estropear el silencio, ya dada la noche, se entregaban al tambor y a la agitación
como para buscarse las alas y el vuelo de la sangre. Así ocurría todo, esta
historia no es verdadera ni falsa porque no pretende los afanes de la cabeza entendedora,
esta historia es un sueño bailando porque cuando se baila se entiende que la
música es para que el alma se acuerde del cuerpo.
Para Lluvia que sabe leer historias de mentira.
0 Reacciones:
Publicar un comentario