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26 de junio de 2011

Crónica de la certidumbre

 Enciende la radio luego de levantarse para conocer las noticias. Estaba casi muda, no se podía escuchar la emisión mañanera. Levanta la radio, la desconecta y la coloca en otro sitio para mejorar la señal. Nada cambia, sigue el mismo insoportable mutismo, la misma vibración callada del aparato. Esta vez no podrá escuchar la voz del presentador que dice las cosas como él no podría decirlas. Se inquieta y se pregunta. No sabrá si hoy lloverá en el norte, si hay manifestaciones en la calle 33, si las oficinas de funciones públicas estarán cerradas, si hubo terremotos en el oriente, si los lagartos están en vía de extinción, no sabe qué precio tiene la vida y su dosis de rivotril. Pensar en tantas preguntas lo lleva a sentirse desamparado, no sabe qué hacer, está agotado en el crecimiento de su perplejidad. Se le ocurre que le puede ayudar una llamada familiar… No, ya lo han señalado muchas veces por llamar sólo cuando necesita ayuda de alguien.

 No tiene periódicos en la casa, no compra noticias para leerlas, prefiere escuchar, ser espectador y estar atento a la espontaneidad de la voz que todas las mañanas le explica el estado de las cosas, considera que desde aquella voz las noticias son instantáneas sin tiempo para ser elaboradas y manipuladas por el editor de acondicionadas verdades. Imagina claramente que el locutor está frente a cada uno de los sucesos del mundo. Pero esta mañana la radio sólo emite un sonido en mute. Acaso los marcianos llegaron al planeta, pero no, no es posible, es insólito que ocurra, si antes no lo informó la radio no puede ser posible. Lo imposible ocurre de verdad sólo cuando la radio lo ha comunicado ¡No puede ser de otra manera!

 Tiembla de pavor. No quiere salir, nunca lo ha hecho bajo este estado y estas circunstancias. Se sirve un café, se sienta en la sala, entre nervioso y decaído, se vuelve distraído en el vapor que se eleva desde el pocillo, sus nervios parecen congelados por el gris de la mañana que atraviesa la casa. Se ve hundido en sí mismo, ya resignado a perder lo que un hombre ha de acostumbrar en sus manos sin suponer el vacío; demasiado padecer para descubrir semejante asunto, tal vez sería más cómodo ignorar lo que se refiere al fondo de uno mismo. De momento, lentamente, afuera empieza una lluvia inesperada en días de agosto en que las ventanas sólo saben de la caída de las flores de los naranjos, el hombre reconoce con mucha familiaridad, al fondo de la casa, una vieja canción, Big House Blues de Pink Anderson.
-Son las 6:15 a.m. en la capital…

1 Reacciones:

luz Karime dijo...

Poeta? NO....Señor escritor!!!