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28 de agosto de 2011

Mirada

Se miraban, más allá de su estar fugaz en las horas de la tierra, se hacían cuerpo a cuerpo, dulce sustancia de utopía. Ya se amaban desde otra parte, desde los primeros cantos de Dios, antes del vuelo sin tiempo de los pájaros. Juntos insistían en el acto imposible de entrar con alma y huesos por el enigma de sus pupilas, porque es en la mirada donde vive el misterio del amante. Lluvia o Viento, era solo mirarse en su promesa de estar confundidos: no saber dónde empieza el uno o el otro. Hicieron el amor sin haberlo prometido, sin haberlo inventando en sábanas de humedad nocturna, cualquier tacto y movimiento sutil ya era fervor y vibración secreta del deseo. En su momento encontraron otra ternura: el no mirarse para imponerle al corazón el ritmo incesante e ilógico del sentir. Lo sabían todo y no, ya no había preguntas ni carencia, toda la sed había sosegado en su hallazgo propio. Se miraban, más allá de su estar fugaz en las horas de la tierra.

Para Lluvia que sabe mirar al viento.

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