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21 de julio de 2008

Detrás del vagón oscuro

Suena la puerta detrás del vagón y el revés del muro se desprende con la cornisa, María ha alcanzado las pesebreras con su grito y avisa a Pedro la hazaña de la noche. No debes descontrolarte en los abismos crudamente, mira alrededor. Una vez más Pedro apresura con temor y se lanza hacia el cajón y se pierde en la oscuridad. Mañana será un silencio indeleble en los labios de María.

Ahora estos días son otros y describir esos momentos en los que se observa el rostro de María inmerso en las imágenes de un recuerdo perdurable disuelve todas mis dudas sobre la fragilidad que habita en la memoria. Las marcas de las manos ahora son una geografía del pasado, María a veces atiende su recuerdo con leche y pan haciéndole un espacio en el presente, se acerca y toca el hombro describiéndole a él cuantas horas le quedan: nunca salgas de aquí, puesto que las noches han sido perturbadas por demandantes imprudentes.

Una mañana descubrí algo muy inesperado, tantos momentos imaginados con sus gestos, esta vez, la lujuria de mis pensamientos y su rostro reflejando el jardín, devastado cuerpo por la pureza del recuerdo, no lo imagino sin sueños, algo merodea en sus labios o quizá la misma penumbra del pasado pronuncia su beldad. He venido desde el sur para contemplar su rostro y ella sigilosa atiende con un sólo gesto y no define sus pensamientos, espera la participación cuidadosa de su recuerdo y no acepta nada más de cualquier mano. Desde hace un par de años se sienta en la raíz de un árbol junto a la pradera, entonces toma el hilo y empieza a delinear con su aguja la próxima víctima del invierno.

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